La cultura de la dopamina
La dopamina y la adicción digital: cómo las plataformas tecnológicas nos mantienen enganchados y qué podemos hacer al respecto.
Internet ha sido un error. Medio en broma, medio en serio, últimamente recurro mucho a esta frase.
Me suele venir a la mente cuando veo la última noticia desquiciada relacionada con la red, cuando observo la división de una sociedad en la que parece que estemos todos contra todos, o a los niños pequeños viendo shorts en Tiktok o Youtube como auténticos zombies.
El problema no es Internet, por supuesto. Somos nosotros, los humanos, y lo que hemos hecho con ella.
La situación de la cultura en 2024
Ted Gioia, crítico de Jazz e historiador musical estadounidense, escribió hace unos meses uno de los mejores artículos que he leído este año: The State of the Culture, 2024.
La tesis de Gioia es que las grandes empresas tecnológicas han capturado la cultura y están redefiniendo cómo la consumimos, hasta el punto de generar adicciones y otros problemas como la “anhedonia”: la incapacidad para experimentar placer, la pérdida de interés o satisfacción en todas las actividades.
¿Cómo generan adicción las plataformas tecnológicas? De la misma forma que actúan algunas drogas como la cocaína: generando ciclos de descarga de dopamina.
La dopamina es un neurotransmisor que nuestro cerebro libera para reforzar conductas. Si nuestro cerebro considera que algo es bueno, libera dopamina para recompensarnos y eso nos hace sentirnos bien. Y, ¿quién no quiere sentirse bien?
Precisamente porque queremos sentirnos bien, todos somos potencialmente capaces de caer en la adicción. Y eso es algo que las grandes empresas tecnológicas, en una carrera armamentística por la atención de los usuarios, han explotado como nadie en la historia de la humanidad.
¿Quién no ha abierto TikTok y ha visto una hora de su vida desaparecer ante sus ojos? No es casual. Todo en TikTok, desde los vídeos cortos, el algoritmo, o el scroll infinito, está pensado para generarte un chute de dopamina. Y otro. Y otro más. Y entre chute y chute, publicidad que le permite monetizar tu adicción.
Everything is designed to lock users into an addictive cycle.
The platforms are all shifting to scrolling and reeling interfaces where stimuli optimize the dopamine doom loop.
Anything that might persuade you to leave the platform—a news story, or any outside link—is brutally punished by their algorithms. It might liberate you from your dependent junkie status, and that can’t be allowed.
The State of the Culture, 2024 por Ted Gioia
La cultura de la dopamina está transformando cómo se consume contenido. Así, por ejemplo, se explica en parte el auge de las apuestas deportivas. Los chavales están tratando de añadir una opción de descarga de dopamina a una actividad que ya se les queda lenta y aburrida.
Ya no se escuchan álbumes de música completos. Las canciones se están acortando. Si no tiene un estribillo con potencial para hacerse viral en un short, quizás no valga la pena publicarla. Y así con muchos otros ámbitos.
El siguiente gráfico de Gioia, condensa perfectamente estos cambios en el consumo de cultura:
Capturados por la audiencia
La audiencia no es la única a la que las grandes empresas han conseguido convertir en adictos. No hay audiencia si no hay contenido que servir, y las plataformas necesitan de ingentes cantidades de contenido generado por usuarios para que sus modelos funcionen.
¿Cómo lo consiguen? De nuevo, poniendo a la dopamina a jugar a su favor. Visualizaciones, likes, retweets, suscripciones y otras muchas señales son las que las plataformas utilizan para enganchar a los creadores.
Yo mismo me reconozco víctima de este sistema de recompensas. Suelo enviar estas entradas sobre las 8 o 9 de la mañana cada domingo e irme al gimnasio. Si no miro el móvil 15 veces mientras estoy ahí para ver qué como tracciona, no lo miro ninguna.
Estos mecanismos pueden dar lugar a situaciones extremas, como el caso del Youtuber Nicholas Perry, conocido como Nikocado Avocado.
Como muchos chavales hoy en día, Perry quería ser una estrella de Internet. En 2016, con 24 años, comenzó a subir vídeos tocando el violín, una de sus pasiones, pero aquello no llegó a nada.
Un día, comenzó a subir vídeos muk-bang. Originarios de Corea, son un tipo de formato en los que el protagonista come ingentes cantidades de comida mientras interactúa con su público.
Los vídeos engancharon con la audiencia. Perry había dado con la tecla para conseguir suscriptores. Y siguió comiendo, haciendo retos cada vez más extremos. Hasta el punto de poner seriamente en riesgo su salud y llegar a tener que recurrir a un respirador.
Tenemos que hacerlo mejor
Con historias como la de Gioia y Perry, es imposible no cuestionarse si Internet fue un error.
Tengo una edad ya en la que me es imposible abstraerme de que, detrás de cada plataforma, detrás de cada tecnológica, hay un sistema de incentivos perfectamente diseñado para potenciar estas conductas potencialmente nocivas entre determinados segmentos de la población.
Veo claramente un objetivo de facturación decidido por el consejo de administración, y escalado hacia abajo a través de métricas de adquisición y retención.
Veo ascensos basados en el impacto que tus iniciativas han tenido en esas KPIs.
Veo Product Managers lanzando experimentos para mover las métricas, ignorando conscientemente los efectos de segundo y tercer orden de sus decisiones.
Y entonces pienso en la responsabilidad de cada uno de los implicados en esta larga cadena de despropositos. Y pienso que lo deberíamos hacer mejor. Y también sé que puede que no lo hagamos hasta que sea demasiado tarde.
Aún así, estoy convencido de que Internet no ha sido un error. La revolución en la democratización de la información y el aprendizaje a escala planetaria es algo que sólo se puede comparar a otros inventos como la imprenta o la electricidad.
Lo que no podemos hacer, en mi opinión, es ignorar los riesgos que presenta. Para ello es vital que:
Eduquemos a la sociedad, especialmente a los menores, sobre los mecanismos que las plataformas explotan para captar nuestra atención.
Hagamos a las plataformas responsables de su impacto en la sociedad, exigiéndoles que no promuevan conductas de consumo nocivas y forzándoles a introducir mecanismos de autocontrol.
Es posible imaginar un mundo donde la tecnología y la humanidad coexistan. Sólo hay que echar la vista al Internet de principios de los 2000. Un mundo donde la red era principalmente una fuente de información y conexión con otras personas, y no había un algoritmo intermediando basado en inteligencia artificial buscando explotar nuestros más bajos deseos.
No es demasiado tarde para lograr hacer un Internet mejor. Nos jugamos mucho en ello.
Hubo un tiempo, cuando yo tenía 10 años, en el que íbamos a salas Arcade. Cada partida costaba 25 pesetas. Era difícil dejar de jugar al fútbol con amigos o dar vueltas en bici porque la paga no daba para engancharse durante horas. Mas tarde, si te volvías muy bueno jugando al futbolín, en mi caso sobre los 16 años, podías pasar la tarde jugando sin llegar a pagar, pero te podías dar cuenta de que habías echado la tarde jugando, desaprovechando la oportunidad de salir a ligar y a la tarde siguiente te alejabas de ello…
La pregunta que yo me hago es ¿Porqué el scroll infinito no tiene competencia en aquellos que se enganchan: por ser gratuito o por falta de estímulos competitivos?